martes, 24 de diciembre de 2013

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Un domingo cualquiera (15)

Lo habían anunciado la televisión en las noticias de la mañana. 
Aquella tarde de domingo presagiaba una tarde malísima. El viento huracanado azotaba Avignon y el cielo cada vez mas gris no daba margen a la esperanza.

La semana no había sido mejor, los estudios y el trabajo me tenían exhausta y con la cabeza a punto de estallar sumida en un mar de información cuyos datos debía memorizar. Nathalie había viajado ese fin de semana a visitar a sus padres. Sola y sin nada mejor que hacer en casa buscaba refugio en mi ordenador.

Como siempre mis buzón de entrada estaba repleto de notificaciones sin leer. Obvié los del trabajo y la Universidad. No tenía la cabeza para ellos ni tampoco me apetecía. Mario como siempre estaba ahí ,fiel a nuestros contactos dominicales. Cuendo era posible y a la misma hora conectábamos. Aunque no siempre coincidíamos; en parte porque él era un chico muy ocupado y yo una loca a la que siempre se la enredaba en actos sociales. Pero aquella tarde ,cuando las gotas de lluvia comenzaban a chocar contra el cristal de la ventana ,la mejor opción, sin lugar a dudas, no era otra sino que quedarme al calor del hogar .Como única compañía de un té bien caliente, el ordenador y mi pijama de la “pequeña parisina a los pies de la Tour Eiffel”.Fue un regaló Jean Paul basándose en un simpático dibujo suyo especialmente diseñado para mi.

Hablar con Mario resultaba encantador y divertido. Hablábamos de infinidad de asuntos aunque era bastante reservado para hablar de su trabajo. Intuí que debía ser una persona de cierto poder. Cada vez que me acercaba a ese tema lo driblaba con elegancia. Poseía maestría en hacerlo y como dice el dicho “a buen entendedor pocas palabras bastan”. Así que, hablábamos de todo un poco y nunca sabías cuando la conversación derivaría a temas más calientes. Eso formaba parte del atractivo de Mario. Su cautela y paciencia.

Lejos quedaba ese día de la gasolinera. Ese trayecto de autopista y el tacto de su piel sobre la mía. Casi podía sentir su aroma en el recuerdo. Su manera de agarrarme y su acento español susurrándome en el oído. Su manos buscándome los senos. Su lengua recorriéndome. El deseo irrefutable de su virilidad entregada alevosamente a la perspicacia de mis pecados.

Las lluvia caía sobre el enlosado purpúreo del ático levantando burbujas de agua que a su vez eran reventadas por otras, en un ciclo que parecía, no tener fin. Los tejados conferían el paisaje desolado que desde mi ventana divisaba. Estos de un azul drisaceo se difuminaban en el plomizo cielo. Mientras las golondrinas que volaban bajo rastreaban un lugar donde salvaguardarse del temporal huyendo así de la apremiante tormenta que los relámpagos anunciaban.

Mario me iba comentado su deseo de hacerme una visita pronto,la cual yo, también deseaba. Quería invitarme a pasar unos días en Barcelona, ciudad de la hablaba maravillas y cuya gastronomía, según comentaba, no debía de perderme por su exquisiteces.

Las luces de habitación hicieron un amago de apagón justo en el momento que la tormenta parecía acercarse. El siguiente relámpago fue letal y me dejó en la mas absoluta oscuridad durante unos minutos. No obstante mi portátil continuaba funcionando hasta que la conexión de red me dejó a medias en lo mejor de la conversación.

Un estruendo me sobresaltó procedente de la habitación de Nathalie. Me incorporé de un salto y me dirigí hacia origen del ruido. La ventana de su cuarto se había abierto a consecuencia del fuerte aire chocando los marcos contra la pared y produciendo mi sobresalto. Las cortinas enarboladas por el vendaval ondeaban arremetiendo contra todo lo que estuviese cerca.

Cerré como pude las ventanas y recompuse el desorden que se había causado. Lápices, alguna cuartilla de folio, una camiseta, algo de ropa interior y la lámpara de su mesilla habían quedado esparcidos por el suelo.

Entonces lo vi. Se encontraba sobre su cama con una pequeña nota:

Por si te aburres el fin de semana sin mi, petite cochonne. No me eches de menos!!. Nathalie.”


Se trataba de un cuadernillo pequeño. Ideal para guardar en la mesilla o incluso en un bolso. Encuadernado en tapa dura rosa. Contenía como portada el dibujo de una hermosa chica manga de cabellos azules y lilas largos hasta la cintura; así como unos grandes ojos verdes que irradiaban luz, poseía una nariz pequeña y sonrisa en forma de “uve” de labios finos bien perfilados.

Guiada por mi curiosidad me senté en una de las esquinas de su cama que estaba cubierta por un edredón de plumas de color azul. Sobre el cabecero de esta había un póster de una de esas macro fiestas de Ibiza que tanto le atraían. Recuerdo haber mantenido conversaciones sobre su deseo de poder ir juntas un año a la isla española para hacer las locas desenfrenadamente. En la pared, a la derecha de su cama,estaba presente, un cuadro de corcho donde pinchábamos con chinchetas de colores nuestras fotos. Las de Halloween eran las últimas que habíamos colgado. Ambas de enfermeras perversas de “Kill Bill” con sendos parches en el ojo con el signo de la “cruz roja” estampado en ellos.

Y entonces abrí lo que denominé: “El diario secreto de Nathalie”, por una página cualquiera.

...Después de la cena y el paseo terminamos en una discoteca céntrica. No recuerdo la hora que sería, pero después de unas pintas negras, ¿qué mas da eso?. Creo que el poco vino de cena y las cervezas estaban elaborando un cóctel de consecuencias inesperadas.
Sí que recuerdo mirar el teléfono. Estaba un poco excitada lo reconozco. Didier, cada vez que podía, acercaba su entre pierna y al menos descuido “zas”....se rozaba con mis mulos. Por lo que ya, me hacía una idea de como era su miembro sin necesidad de verlo.

Como iba diciendo, (que no me pierda en los detalles), miraba mi teléfono. Estaba deseosa de Juliette...sencillamente la deseaba, pero se ve que ella, esa noche, estaba a otras cosas. Así, que me quedaba Didier....”

Me acomodé en la cama aquello prometía. La verdad era que la situación me estaba resultando de lo más excitante. Al misterio, le rodea un halo de erotismo y yo era presa fácil para dejarme llevar. Mi curiosidad y la complicidad con Nathalie era totales. La deseaba a ella tanto como ella a mi.

...Hoy he llevado el vestido fucsia. Ese que me marca tanto la silueta. Me encanta. Ya sabía de antemano que sería la mirada de algunos.¿Qué diablos?... Me gusta provocar jeje.
  • Voy al aseo-. Le dije casi en un susurro en el oído y sin que lo esperase, le pasé la lengua por la comisura de los labios. Entre tanto apreté su muslo por la parte interior. Casi se le cae la copa al pobre.

En el aseo me solté el pelo que estaba recogido hasta ese momento en un sencillo moño. Quedando mi melena rubia suelta. Me lo



alisé con el cepillo que siempre llevo en el bolso para tales ocasiones. Me repasé el maquillaje... e hice algo mas: Me quite la braguita roja que llevaba y me la enrolle en la muñeca derecha. A simple vista parecía un pañuelo rojo pero no lo era.

Volví con Didier. No daba crédito a como se le estaba presentando la velada. Y yo, ademas de ir cada vez mas excitada, me estaba divirtiendo de lo lindo.

  • ¿otra copa?...- Me preguntó decidido.
  • Sí, claro ¿por qué no?. Un Mojito. Tengo calor.
  • Ufff..!Qué así sea!.

No puedo negar que mientras escribo esto me estoy excitando otra vez. Lástima que Juliette esté dormida y mañana tenga examen a primera hora..je,je,je

La música no era de mi agrado pero estaba en ese instante en que todo me resulta bailable. A medio Mojito arrastré a Didier a la pista. Bailaba como un pato mareado pero estaba animado. Le rodeé con mi brazos desnudos y comenzamos a besarnos. Mi lengua entraba en su boca sabor a Vodka y me deleitaba chupando sus labios. Cuando nuestras pelvis chocaban notaba su miembro endurecido (parecía que fuese a romper sus pantalones). Sus manos se le iban autómatas a mi trasero. El cual me lo agarraba con fuerza como si se fuera a escapar..



  • Joder, que bien hueles-. Me dijo una de las veces que 
  • separamos nuestras bocas.
  • ¿te gusta?. Huele “mi pañuelo”-. Y le acerqué mi muñeca derecha a su nariz...
  • Me encanta.
  • Es mi ropa interior, Didier. ¿ O es que aún tus manos no han notado que no llevo nada debajo del vestido?...”

Llegado a este punto del diario. Estaba completamente tumbada en la cama de Nathalie. Mi mano, la que quedaba libre sondeaba por debajo del pijama y reptaba por mis muslos acariciando la superficie superior de mi braguita. Mi dedo corazón surcaba mi sexo buscando la protuberancia del clítoris. El rubor y el calor de mi sangre amotinada restaban el frío del exterior. Separé las piernas mientras leía con lascivia. Mi respiración se volvía arrítmica y se atropellaba consigo misma.

...Entonces, Didier, buscó desde mi trasero la entrada hacia mi sexo. Mi mano caprichosa rozó su pene henchido por encima del pantalón. La gente nos rodeaba. La música cada vez mas cañera acompañaba y las luces ocultaban nuestro juego.

Nos fuimos a una esquina mas oscura donde pasar mas inadvertidos. Me tocaba los pechos por encima del vestido. Estaba muy pero que muy excitado. Le desabroche el pantalón y le introduje la mano. Casi tengo el primer orgasmo a sentir el tacto caliente de su pene que era descomunal. Me ocupaba toda la mano y aún sobraba. Mis labios se fundían con los suyos y mi lengua era atrapada entre sus dientes. Comencé a hacer movimientos de vaivén suavemente sobre su miembro.

La verdad que la primera vez no fue muy bien del todo ,al menos ,para mi. Didier, se encontraba tan excitado que mojo mi mano en tan solo veinte segundos después de tocársela.

  • Joder, lo siento. Ahora vuelvo-. Dijo, mientras dirigía sus pasos al aseo. La verdad, pensé, que ahí había acabado todo pero no fue así.
Al poco regresó con nuevos bríos. Me agarro por detrás cuando menos lo esperaba y presionó mi culo contra su miembro. Haciendo uso de una habilidad que me sorprendió, introdujo su mano por el interior de mis muslos y comenzó a masturbarme. Apoyé mis manos sobre la columna negra que nos separaba de la gente del local y mis ojos se cerraron dejándome llevar.

  • ¿Aun sigues con ganas, Nathalie?
  • Sí-. Respondí con voz jadeante.- Con muchas...no pares.

Le agarre del brazo y lo lleve hacia el aseo nuevamente. Atravesamos toda la pista de baile si conciencia alguna de la gente que allí estaba.

Entramos en los aseos femeninos. No se si nos vieron. Me daba igual.. Nos fundimos como dos adolescentes en plena revolución hormonal. Didier, extrajo de su cartera un condón y se lo puso.

Su miembro erecto quedó expuesto ante mi. Subí mi pierna a la altura de su cintura apoyándola contra la pared, como si con ello evitara que esta se fuese a derrumbar e hice lo propio con mi espalda sobre la pared opuesta. Elevé mi falda cuanto pude ofreciéndole mi sexo deseoso de ser penetrado.

Me miró con unos ojos llenos de pasión e impudicia. Se avalanzó contra mi. Me la introdujo de un solo golpe y comenzó a empujar. Las embestidas eran rápidas y fuertes. No paraba. Me iba a volver loca de placer. Al haberse corrido antes ahora parecía aguantar mucho mas.

Bajó mi escote sacando mis pechos del sujetador. Su boca mordía y lamía mis pezones. La piernas me flaqueaban a cada orgasmo que tenía.

Dios, que mojada estoy recordándolo.

Me dio la vuelta montándome así a cuatro patas con mis manos apoyadas en la cisterna. Me estaba taladrando. Sentía su fuerza en cada penetración.

Sus manos agarraban mi pelo como si este de las bridas de una yegua se tratase. Me traía hacia él y me asiaba de las caderas. Le miraba de reojo. Estaba sudoroso y la tez la tenía pálida. La sacó de mi vagina y quitándose el preservativo terminó corriéndose sobre mis nalgas denudas. ...”

Creo que Nathalie se corrió en el mismo momento que yo leyendola. No se cuanto placer me proporcionó aquella historia pero aquella terminó por ser una tarde estupenda.

Cerré el diario pero me quedé con la nota. Así ella sabría que su juego había funcionado y lo dejé nuevamente sobre la cama con el deseo de continuar su lectura en algún otro momento.








lunes, 11 de noviembre de 2013

La iniciación (14)

Sigue al conejo blanco, Juliette, síguelo y no te detengas. Avanza, no permitas que se te eche el tiempo encima...corre o el sombrerero te atrapará...pero...¿dónde estoy?, ¿son mis pasos los que me alientan a seguir o el deseo dúctil y febril que se me apodera?. Me siento caer. Caigo sin remedio.

La cena, sí claro, fue la cena. Eso debió ser. No obstante, la cena fue bien; algo de vino y comida no muy pesada. Algo de vino....¿ya lo dije?. Sí lo dije. Que rápido pasan las cosas. Hace un momento estaba cenando y ahora caigo...caigo...

  • No te resistas, Juliette-. Dice una voz que lejana, me avisa y sus palabras surcan el aire hasta mis oídos .
Hay una espiral ante mi que no se aleja en mi caída, que se mantiene impertérrita en la distancia  y cuyas aspas comienza a girar. Estoy mareada y siento frío.

  • Ven conmigo, sígueme. El sombrerero está cerca. Nos quiere atrapar. ¡Gira a la izquierda cuando topes con el suelo y corre!.

    Correr sí; pero a dónde. El golpe contra el suelo ha sido muy fuerte. Los huesos se han apretado sobre el duro y gélido asfalto. Se han presionado entre sí, sorteando la posible fractura; pero estoy bien. Intento levantarme y lo logro. Sobre la vertical de mi misma, mis piernas se tambalean y mis rodillas flaquean. Miro a mi alrededor buscando una señal, una orientación y todo está oscuro, sin destellos salvo la línea roja que se bifurca en el suelo. Dos caminos que me separan de razón.

  • ¡Vamos..., te quedas atrás!.¡ No sigas la línea roja!.¡ Es una línea sin retorno!. ¡Gira en la esquina y ve hacia la la izquierda!.
  • ¿Qué esquina?...¡no se ve nada!...
  • Estás sobre el sendero de que marca el otro lado del espejo. Síguelo y llegaras a la esquina.
  • ¿El otro lado del espejo?.
    Miro al suelo y ahí las veo marcándome un camino que no acerté a ver. Corro...,corro y las piernas me duelen y están pesadas. No miro hacia tras, para qué, solo hay el vacío. La espesura de la oscuridad se confunde con una niebla que se disipa a cada paso para ocultarme el resto.

Los ojos de un lobo me acechan. No lo distingo, pero el brillo rojo de su mirada en la noche no da lugar a la duda. No veo su cuerpo, si es que lo tiene, solo un par de ojos que inmóviles y distantes levitan a una altura la cual me sobrepasa . Siento frío. Mucho frío.

La niebla, de repente, cae a los pies de mis tobillos . Solo llevo puesto una camisa. Una camisa de hombre. Es de Etienne, huele a él, sí es de él. Por debajo de ella estoy desnuda. Desnuda y descalza. Mis manos tiemblan y el vaho de mi aliento surte con fuerza, por la puerta de mis labios para fundirse en la noche.

La veo. Veo la esquina, de la que me hablaba el conejo. Está nítida ante mi. Cómo no la había visto antes. Llego a ella y la tomo.

  • Casi hemos llegado-. Dice con sigilo la voz de mi guía. El cual se ha transformado en eso, en una voz, incorpórea.
Busco pero no veo nada mas que una calle sin salida. Paredes que desde el suelo se yerguen infinitas a lo que no sabría definir como un cielo. Paredes de ladrillo visto rojo que forman un callejón de cuello de botella si salida. No hay ventanas que emerjan de ellas, ni tragaluces, ni aberturas. No hay señales de trafico, ni indicaciones de ningún tipo, no hay nadie...Estoy completamente sola.

No sé a donde ir. Estoy atrapada en...algún lugar que no conozco y casi desnuda. Mi guía me ha engañado. Me ha traído a donde no me puedo escapar. Y hace frío.

Me giro y a lo lejos distingo tres figuras que caminan hacia mi. Caminan en una formación de triangulo, uno viene mas adelantado que los otros dos. El primero tienes un sombrero, una especie chistera, sutilmente ladeada. “El sombrerero”, es él, o eso piensa mi confundida mente .

A los otros dos, no lo distingo pero van iguales. Creo que son chicas. Sí, son dos chicas con trajes de época y paraguas. Los tres portan sendas mascaras blancas las cuales ocultan sus caras. La mascara de “el Sombrerero” esta dividida en dos colores, en su mitad vertical, una es blanca, la otra negra y recortada de de tal forma, que en la mitad del lado blanco, deja ver parte de su boca y sus labios. Las de ellas son blancas enteramente.

  • Bienvenida, Juliette. No tengas miedo. Esta noche es muy especial para todos. Es un día de fiesta que debes gozar. Es la noche de tu iniciación-. Su voz, era de una calma y serenidad que infundía confianza. Una voz, que mi perturbada cabeza no identificaba pero que no le era ajena.
  • Ellas, van a cuidar de ti y yo, como el gran maestre en esta iniciación, voy a estar contigo en todo momento. No temas pues.

Un vehículo negro se acerco a nosotros sin levantar ruido y el caballero de la chistera abrió la puerta trasera. Primero entro una de las damas, luego yo y finalmente la otra chica. El maestre se aposentó en el puesto de copiloto. Dentro de coche se estaba cálido muy cálido. Resultaba reconfortante.

Una de las damas le dijo algo al caballero de la chistera que al entrar en el coche se la tuvo que quitar, dejando descubierto su cabellos morenos y algo ondulados. Sacó algo de su bolsillo. Se trataba de una venda y un lazo. La dama, tomó ambas cosas con sumo cuidado. Me rodeó los ojos con una fina venda de seda negra que no dejaba penetrar nada de luz. Me la anudó por la nuca y me atusó el pelo con una delicadeza que me estremeció. Luego sentir unos labios calientes posándose en una de mis mejillas. No sabría decir de cual de las damas.

Mis manos quedaron unidas por delante de mi, a la altura de mi estómago algo revuelto y fuertemente atadas con el lazo que “el sombrerero” les había proporcionado. Estaba mareada pero el calor de interior de vehículo era agradable. El motor silencioso apenas se escuchaba pero notaba su avance. Las damas me acariciaban las rodilla o eso creía.



Estupor...esa es la palabra; desasosiego...por qué no, también podría ser . Escuchaba risas . Sí... lo eran, eran risas ...que en la lejanía cobraban vida. El silencio y la oscuridad me acompasaba aviniéndose a mi desaliento. Deseaba gritar. Pedir explicaciones de cuanto ocurría pero mi lengua henchida y pesada no articulaba movimientos. Mi garganta emitía sonidos sordos que no traspasaban el umbral de mis labios. Quería zafarme de mis atadura, mal gastando una energía de la que no disponía. Los músculos dormidos y entumecidos no reaccionaban a los designios de mi cabeza. Y seguía cayendo.

Me bajaron de coche y me quitaron la venda que cubría los ojos. Estaba en un jardín de setos que representaban formas abstractas. Me encontraba a los pies de una mansión o tal vez un palacio de planta rectangular y sobre esta dos mas. Configurando su tres plantas, piedra gris y opulencia indescriptible. Se encontraba rodeaba de muros y bellos jardines de avivados colores. Capiteles de columnas de mármol blanco y rosado discurrían por en rededor de nosotros formando un camino que llegaba hasta la puerta principal . Asemejaba esos palacios de las películas antiguas y al mismísimo Versalles. El cielo era, un agujero negro que se cernía sobre mi cabeza. El suelo empedrado adoquinado formando un camino y a ambos lados de este, se extendía un césped policromático como nunca con anterioridad había visto.

Por de tras de unos arbustos y junto a una gran fuente el “conejo blanco” se reía a pata suelta. Sus carcajadas resonaban en la noche fría. Mis acompañantes me rodearon formando un triangulo en el que yo era el centro . “El sombrerero” se había vuelto a poner su chistera de medio lado, coquetonamente. No había deparado en sus traje azul de época y la ausencia de camisa. Los tirantes del pantalón se sostenía sobre su torso desnudo.

Llegamos a la puerta de mansión que estaba presidida de una escalinata de cuatro peldaños. A ambos lados de la pequeña escalera y en fila unas personas nos esperaban . Estaban disfrazadas de época, con sendas mascaras cubriendo sus rostro todos y todas. Ya dudaba si eran disfraces o me encontraba en un anacronismo que se me escapaba de la razón.

  • -Has caído en la madriguera-. Torturaba mi mente el conejo.- Ahora el sombrerero es quien manda.
Me recibieron entre tímidos aplausos y susurros varios. Un hombre, con una careta de zorro, orejas puntiagudas y feroces dientes comento algo con el maestre. Luego tomando una mascara, idéntica a la de las damas, me la puso, cubriéndome el rostro.

No podía ver bien a los lados sólo hacia el frente. No era dueña de mi,eso estaba claro, mareada y envuelta de un sudor frío el cuerpo se me estremecía. Las damas, se encontraban junto a mi agarrándome por los codos como si de una rea me tratase. Me guiaban entre galerías interminables, con cuadros de marcos rústicos y un suelo enmoquetado purpura. Las personas, ( de algún modo llamarlas) que por allí habían, se iban abriendo a nuestro paso sin dejar de observarme. De observar a una chica con una mascara blanca que cubría su cara, atada de manos y como único vestido una camisa de hombre que tapaba su desnudez.

Entramos en una estancia sobria y oscura. Obviamente era la antesala de algo. Me subieron por unos escalones de madera que crepitaban con cada uno de nuestros pasos. Las damas , fieles compañeras de ceremonias me guiaron en todo momento. Se trataba de un escenario cuyo proscenio estaba adornado de candilejas de aceite cuya luminosidad tenue y tinteante conferían cierta tenebrosidad al lugar . Frente a mi, un patio de butacas dispuesto y rodeado por un pequeño anfiteatro. Calculé con capacidad, tal vez ,para cien personas, tal vez menos, tal vez más. El aforo se iba llenando poco a poco con gente que parecía sacada de otros mundos y otros lugares. Se reían , comían y bebían disfrutando con cada instante mientras las damas siguiendo un protocolo, que se me escapaba a mi entendimiento, desanudaban el laso que apresaba mis manos. Una vez liberada procedieron a desabotonar y quitarme la camisa, quedando así, mi cuerpo desnudo y expuesto a las miradas de los allí presentes.

En la primera fila Humpty Dumty jugaba a las cartas con el conejo y de vez en cuando me miraban entusiasmados. Escorado en el extremo derecho y arriba en lo que parecía una especie de parco. Un enano con una chaqueta de presentador de circo la cual, (cuando bajó de aquel lugar lo pude ver), arrastraba visiblemente por el suelo; hablaba en voz alta a los presentes en un lenguaje que no acerté a comprender.

No comprendía nada, pero ahí estaba desnuda delante de casi cien personas, sin la más mínima idea de quien eran.

Del lado derecho del escenario subiendo por una rampa negra, “El Sombrerero” con aquella chistera ladeada hacia la derecha y con aquella enigmática máscara que dejaba ver media sonrisa.... se me acercó. Los espectadores dejaron de murmurar. El foco de atención pasó a ser el centro de aquel teatro.

  • Tranquila, Juliette es tu gran momento-. Y dirigiendo la mirada a las damas de ceremonia sin dar nunca la espalda a los espectadores, dijo,- Preceder...
  • No sabes la suerte que tienes. Ojalá pudiera volver a estar en tu lugar-. Susurró, en unos de mis oídos una de aquellas subalternas o concubinas al uso, y añadió.- Todas hemos pasado por esto .

No sé cómo me vi amarrada mediante grilletes que sujetaban mis pies por los tobillos y mis brazos por las muñecas. El último cierre de la muñeca izquierda lo ejecutó con maestría “El Sombrerero”. Quedando así amarrada a la denominada “Cruz de San Andrés” de espaldas al público. Me colocaron una mordaza de bola para morder y quedar así mi boca sujeta sin peligro a morderme la lengua.

Humpty Dumty aplaudía eufórico y junto al conejo se lo pasaba en grande mientras sus miradas me sodomizaban. Los espectadores le animaban en aplausos, al ritmo una ridícula canción, que no para de repetir perturbando mis sentidos ya mermados.


Humpty Dumty se sentó en el muro,
Humpty Dumty tuvo una gran caída,
Ni todos los caballeros ni todos los hombres del rey
pudieron a Humpty recomponer.”

El sombrerero tomó un flogger de tiras de ante y antes de que me diera cuenta soltó un golpe rápido que silbó en el aire rompiendo el suspense y topándose contra mi espalda. Sentí un quemazón fuerte donde impactaron las tiras. Se me escapó un lamento. Acto seguido llegó otro latigazo que me hizo retorcerme en la cruz. Escuchaba cómo las damas estaban encantadas y recelosas de mi puesto. No pude resarcirme del segundo latigazo cuando llegó el tercero. Apreté mis dientes hundiéndolos en la bola. Elevé una exclamación de dolor y un “gracias mi señor” ahogado por la mordaza a cada latigazo; tal como las damas, me decían debía de hacer. La gente se levantaba de sus asientos como si de un partido de fútbol se tratase para alentar a su equipo. No sé cuantos latigazos infringidos por aquel flogger soportó mi maltrecha espalda. A partir de sexto perdí la cuenta. Mis piernas temblaban. Cuando sincronicé mi gratitud al golpe, “El maestre” paró.

Luego asió una paleta ancha y comenzó a azotar mi trasero. Dando las gracias a cada golpe, como había aprendido, esperaba la clemencia que no llegó. El dolor se hacía notar pero era soportable. “El Sombrerero” sabía lo que hacía y no negaré cierto placer, cuando mientras, me castigaba el cuerpo, vitoreaban y las damas acariciaban mis pechos. No podía pensar claramente sólo dejarme llevar.

Me soltaron de la cruz y me llevaron a un potro apoyando mi pecho contra el . Esposaron mis muñecas por debajo de este y una de mis piernas a cada pata sujetas por grilletes. Noté alivio a mis heridas cuando las damas y “El maestro” untaron mi cuerpo con algún tipo de ungüento que me refrescó la piel. Me proporcionaron de un masaje reparador. Me quitaron la mordaza y me ofrecieron agua fresca.

Sobre el potro como estaba e inmóvil vi como una de las damas se desnudó. Se quitó el traje que llevaba con ayuda de la otra chica quedándose con un sexy y vistoso traje de látex negro ajustado, que favorecía su esbelta figura.
Entre el publico una mujer de una edad que rondarían los cuarenta y cinco años, bien conservada, regalaba una felación a uno de los invitados quien no dejaba de mirarme.

La chica del traje de látex negro comenzó a masturbarme, haciendo que fuera humedeciendo poco a poco. Luego colocándose un arnés el cual poseía un miembro considerable se dispuso a penetrarme. Sentía placer...mucho placer.

“El Sombrerero se deshizo de su chaqueta quedando su torso desnudo y expuesto a mi. Bajándose la cremallera de su pantalón se la sacó su miembro precipitadamente,para meterlo en la boca. Casi me provoca un vómito por el ahogo; La dama continuaba haciéndomelo. .

El público comenzó a subir al escenario. Todos querían tocarme. Hombres y mujeres magreaban mi cuerpo a su antojo. “El maestre” me lo hacia por de tras en ese momento y parecía me fuera a destrozar por dentro. Su miembro era vigoroso y enorme. Otros, se masturbaban y eyaculaban sobre mi. Otros me la hacían a chupar. Las mujeres me besaban y lamían mis pechos...

    - Lo has hecho estupendamente-. Dijo satisfecha y risueña Nathalie con aquel traje de látex negro quitándose la máscara. Etienne sonreía orgulloso con la chistera ladeada hacia la derecha mientras Brigitte me miraba desde el patio de butacas limpiándose la boca sonriente...


Me sobresalte y me incorporé confundida sobre la cama. El pelo de Nathalie caía como siempre sobre sus hombros y se precipitaba hacia mi mientras intentaba tranquilizar. Me dio un beso suave en los labios y me regalo una de sus mejores sonrisas.

  • Tranquila Juliette; has pasado muy mala noche. La fiebre te subió mucho esta madrugada. ¡Anda, tomate esto, aunque ya te veo con mejor color!-. Y me ofreció una pastilla que me alivió y recuperó bastante, dicho sea de paso.





    Recordé que no había cenado aquella noche y que había estado toda la tarde en el sofá con gripe leyendo a Lewis Carroll y a su “Alicia”.
    Me levante y subí la persiana. Descorrí las cortinas y un aire 
    limpio y fresco entró en la habitación. Me encontraba con fuerzas y energía. Me dí una ducha y tomé acompañada de Nathalie un reconstituyente desayuno.










domingo, 3 de noviembre de 2013

Recopilando fotos



Un pequeño vídeo para mis lectores como regalo...

                                                                          Juliette.-

jueves, 10 de octubre de 2013

La exposición (13)

Llevaba días esperando aquel evento. Desde que recibí la invitación busqué como una loca un vestido que ponerme para la ocasión que se me presentaba. Reservé hora en una de las peluquerías mas afamadas de Avignon y creo que estaba tan nerviosa que en el último momento me plantee el ir o no ir. Necesitaba de la compañía de Nathalie para no acudir sola y como era habitual en ella, me dejó hasta el último minuto esperando un mensaje que no llegó.

Recuerdo que respiré hondo un par de veces, llenando de aire mis pulmones e insuflándolos de confianza. Saqué de mi pequeño y coqueto bolso, a juego de mis zapatos, mi barra de labios y aprovechando el retrovisor de un coche aparcado en la otra acera, me los perfilé. Este gesto me lleno de fuerza. Erguí mi cuerpo caminando con paso firme hacia la puerta haciendo repiquetear mis tacones. Me acerqué, decidida al portero, quien tomando mi invitación me ofreció un tríptico de la exposición.

Las salas estaban pintadas de un color chocolate y tamizadas por la tenue luz que proporcionaban los LED que desde el techo embovedado, creaban una atmósfera aplacible. La música de “Sarah Brightman” acompañaba como hilo musical a los visitantes en un tono bajo y conciliador. De las paredes surgían aquellas obras artísticas cuyos autores noveles soñaban con hacerse un hueco en el ya complicado escenario que representaba el ambiente mas intelectual y respetado de la ciudad.

Los cuadros simétricamente expuestos, lucían maravillosos entre el blanco inmaculado del mobiliario moderno que revestían los exiguos salones de aquella galería. Una galería sencilla pero de notable prestigio donde caza talentos y gente hambrienta de inversiones en arte, acudían en busca de los nuevos diamantes que iban emergiendo, deseosos de encontrar aquella pieza o aquel lienzo que revalorizara a sus codiciosos bolsillos.

Un camarero, me ofreció una copa de champagne y un canapé. Prescindí del canapé ya que el foie no es una de mis pasiones y me humedecí un poco los labios con el líquido dorado que había en en la copa. La gente iba y venía mirando, examinando, escudriñando con la mirada cada boceto o escultura.

En la sala número dos, al fondo me encontré conmigo misma. Tumbada y semidesnuda cubierta por una leve gasa que se posaba etérea sobre mi anatomía. Me devolvía la mirada fija y penetrante. Casi, podía captar el ritmo de mi respiración serena y anodina a través del retrato.

-¿Le gusta, verdad?-. Dijo una mujer elegantemente vestida, de unos cincuenta y tantos años , de pelo canoso, quien dando un paso hacia adelante se situó a mi altura.- Es una preciosidad. Sin duda el plato fuerte de la exposición. El joven artista lo tiene en alta estima, y en alto precio, pero sin duda merecido.
  • Brigitte, hay cuadros que son pintados con el pincel del alma-. Dijo una voz proveniente de uno de mis costados-. ...Y solo soy un Pigmalión deseoso de verlo cobrar vida. La belleza que encierra solo pertenece a quien posó para ello.
  • ¡Oh, por favor!.¡Me sacarás los colores!.
  • ¡Bienvenida Juliette!-. Dijo, Jean Paul regalándome tres efusivos besos.- Pensé, que no vendrías y necesitaba de la presencia de mi modelo predilecta.-Sostubo la mirada fija en la mía.- Tu serás quien atraiga la suerte que necesito.
  • No podía perdérmelo por nada del mundo. De hecho, cuando vi mi retrato como reclamo en el periódico no daba crédito...
  • Ya veo-. Interrumpió Brigitte.- Eres la mujer del cuadro...Oh, querida es un placer poderte conocer en persona-. Dijo mostrando una cara de sorpresa mientras posaba su mano en mi antebrazo.- En fin, no alcahueteo más y vuelvo a mi puesto que es el atender a los visitante.
  • Gracias Brigitte-. Dijo mostrando una hermosa sonrisa.- Brigitte, es una de las copropietarias de galería y una de mis mecenas.


Estuvimos recorriendo el recinto mientras Jean Paul me iba explicando las obras que nos encontrábamos a nuestro paso. Los camareros nos ofrecían bebida y comida a cada instante. Aun con mi copa llena, ensimismada, me deleitaba con los comentarios de mi amigo rendida a sus conocimientos artísticos. Absorta como estaba entre tanto arte giré sobre mis pasos llevando mi bebida contra uno de los visitantes.

  • Oh, Mon Dieu!,excuse moi...no pretendí..-. Dije avergonzada ante mi torpeza
  • No es nada; tranquila-. Me interrumpió-. No es uno de mis mejores trajes. Aunque esto, Juliette, empieza a ser, una mala costumbre.-. ¿Quién podía llamarme por mi nombre?, pensé. - Aún puedo leer la portada de “Paris Match” en uno de mis pantalones....
  • ¿Etienne?...No puede ser.
  • ¿Os conocéis?. Preguntó Jean Paul.- Vaya, qué casualidad.
  • Sí; claro que nos conocemos, pero ya hace algún tiempo que no se nada de ella y eso que, algún mensaje le he dejado-. Apostilló, clavando aquellos ojos verdosos en mí.
  • En tal caso, hablamos de un accidental reencuentro-. Se le notaba la mirada interrogante cuando Jean Paul dijo aquello. Me sentí algo incomoda ante la situación. - Perfecto entonces; os dejo y sigo atendiendo a los invitados. Por favor, disfrutad de la exposición y si alguna cosa hacedmelo saber. Estas bellísima Juliette-. Y desapareció entre la gente.
  • No sabía que te interesara el arte-. Dije en tono seco.
  • Hay muchas cosas de mi que no sabes. Como la factura que desembolsé para reparar el arañazo alevoso que propinaste a mi coche con tus llaves.
  • No soy fácil de dominar...dije llevando la mirada al techo
  • Ya veo; creí que te gustaba aquel juego...
  • Me gusta el juego cuando yo acepto las normas
  • Eres excepcional y muy bella. Esta noche estás radiante. Tu amigo el pintor sabe apreciar la belleza.-. Y la mirada fue de autentica admiración tanto que me sonrojó. -Permíteme decirte, y tómatelo como un halago, que nunca había pagado una factura con mayor satisfacción-. Y no pudo disimular una leve mueca de sonrisa en su rostro ni yo en el mío.
  • ¿Amigos?-. Dijo tendiéndome su mano.- Aunque esto igual, me cuesta alguna factura mas y algún traje nuevo.
  • Amigos-Dije, tomando su mano y dándole unos besos en la mejilla que él no esperaba . -Y no dudes que esto te costará otra factura; ya puedes comprarle un cuadro a mi amigo.
  • Hecho-. Respondió-. ¿Quién puede decirte que no?.
  • No lo hagas, si no quieres perder algo mas que un traje-. Dije con cierta picardía y un guiño de ojo.- Ahora he de irme. Es tarde y estoy cansada.
  • Entiendo. He quedado con un amigo por aquí el cual debe de andar buscándome-. Diciendo esto me volvió a dar unos besos como despedida y me marché con una incipiente quemazón en mi interior.




La noche estaba hermosa y cálida en esos últimos días de verano. Las estrellas dibujaban un cielo maravilloso que ni las luces de la ciudad podían mitigar. Una pareja tonteaban en arrumacos en el banco de un jardín cercano ajenos a mis tacones que resonaban a cada paso. Pasos que fueron enmudecidos por el ruido de ensordecedor de una moto que se me acercaba a mis espaldas. Asustada me giré y pude ver un moto de gran cilindrada con completamente negra. El motorista iba con un traje negro que me pareció reconocer y un casco de mismo color que se quito cuando llegó a mi altura parando su vehículo junto a mí.

  • Hermosa noche, mademoiselle, para estar sola paseando por estas calles. Me sentiría mas cómodo si la llevase a Palacio. No son las doce y mi carruaje aun no se a transformado en una calabaza por lo que podríamos dar paseo antes de dejarla en sus aposentos.
  • ¿No habías quedado con un amigo?. Pregunté
  • Había...pero no quiero estar con un traje manchado delante de la alta sociedad de Avignon. No obstante dejé el encargo del cuadro a mi amigo. Siempre cumplo lo que digo.
  • Mmm, pero no llevo el traje mas adecuado para montar en ese carruaje caballero.
  • ¿Desde cuando a Juliette, le pueden las formas?-. Replicó poniéndose el casco y dándome uno que llevaba consigo.
Remangué la faldita hasta la altura del culotte, dejando lucir los muslos sin pudor para así subir a la moto. No sin dificultad, me puse el casco y en breves segundos, Etienne, enfiló la avenida a una velocidad vertiginosa. Pegué el cuerpo al suyo agarrando con fuerza su pecho. Casi podía sentir vaivén de su tórax al ritmo de su respiración. Las luces de las farolas parecían estrellas fugases pasando ante mí. Los coches parecían sacados una carrera de caracoles; lentos y pesados.

Podía escuchar el aire que exhalaban sus pulmones y suave silbido escapando de su boca. Los cascos disponían de un sistema de comunicación para poder hablar entre nosotros. La velocidad me asustaba pero a la vez también me daba un subidón de adrenalina que me entusiasmaba.

  • No corras tanto. Nos van a multar.
  • ¿Multas a mi?...no,no,no...Relajate y disfruta del paseo.
  • ¿A qué te dedicabas?-. Pregunté intrigada
  • Si te lo contara te tendría que matar.- Y diciendo esto, entre risas, tomó la variante y bordeando la ciudad nos adentramos en la carretera y la noche.


Llegamos a la cima de una colina donde la vista de la ciudad llamada, de los Papas, se extendía exsultante ante nuestros ojos, con sus luces y monumentos mas representativos brillando en la noche. Paró la moto y nos quitamos el casco. Mi pelo recogido estaba deshecho y acabe por soltarlo. Etienne, bajándose de la moto, me agarró con fuerza y me apeó de ella sosteniéndome en peso. Sus labios carnosos se unieron a los míos entregados. El mundo se paró... o eso parecía. Nuestras bocas entre abiertas se atraían con un magnetismo casi sobrenatural. Las lenguas no tardaron en unirse a la fiesta y ser puente de nuestro deseo. Mis manos se enredaron en sus cabellos sosteniendo su cabeza como un candado a una cadena. No quería que el tiempo volase y pretendía aferrarme a él sin dejarle escapatoria. Rodeé con mis piernas su cintura fuertemente emulando a mis manos. Sentía sus cuerpo caliente. Su respiración se aceleraba con la sincronizándose a la mía. Mordía sus labios y su cuello mientras él me sostenía en el aire en un alarde de fuerza. Agarrándome de mis glúteos.

Me apretó contra él. Pensé que que me iba a destrozar de lo fuerte que lo hizo, pero esa presión, lejos de proporcionarme dolor, me excitó aún mas. Dejándome lacia pero expectante. No sé cómo, Etienne hizo un movimiento rápido en el que me zarandeó como si de un pelele me tratase y por un momento creí estupefacta que me estrellaba contra el suelo; pero no fue así, mi espalda se encontró con el mullido asiento de la moto que soportó sin flaquedad y vigorosa mi peso. Mis piernas, liberaron su cintura y quedaron suspendidas en el aire mientras su mano presionaba mi pelvis y su boca succionaba mis mulos. El roce de su lengua sucumbía al tacto de mi piel adaptándose a cada pliegue y surco.
Mis dientes presionaban mis labios alternativamente los cuales quedaban aferrados a la prisión de mi propio deseo. Mi cabeza, mi mente obnubilada y obtusa se confundía en la visión de su cuerpo recortando el cielo. Sentía sus mordidas que parecían desgarrarme. Le deseaba y lo deseaba tanto que le quería dentro de mi. Su labios sondeaban mi sexo y su lengua me lo recorría sin pausa y decidida. Mis manos por encima de su cabeza jugaban con los mechones de su pelo que suaves se deslizaban entre mis dedos.
Noté un fuerte tirón de mi ropa interior para inmediatamente verla arrojada y destrozada contra el pavimento. Mis manos pasaron a ser sujetadas por las muñecas apresadas por las de él, quien me las izó sobre la cabeza hasta colocarla en las manillares de la moto. Así, con mis manos en los manillares y mi espalda sobre la moto mis cuerpo quedaba expuesto a sus caprichos.

Se abalanzó sobre mi escote arracancándome parte del vestido que tanto trabajo me había costado encontrar. Introdujo sus dedos dentro de mi y comenzó a moverlos. Jadeaba sin sentido del placer mientras con su mano oprimía mi boca. Estuvo así un rato que no sabría cuantificar. Luego me incorporo. Pude ver sus dedos empapados de mi.

Me sentó sobre el depósito de gasolina y él se aposentó en el asiento del piloto. Estaba sin los pantalones y su miembro erguido se exponía ante mí. Me agaché y me la introduje en la boca. Era firme y caliente. Comencé a lamerla de principio a fin , succionandola suavemente a cada tramo y rodeándola con mis labios que se adaptaban a su forma.

  • Metela más adentro-. Me pidió

Tome aire y me la introduje cuanto pude. Las arcadas arreciaron pero las contuve
La Boca se me llenó de abundante saliva lo que favorecía la penetración de mi garganta. Etienne se estiró un poco hacia atrás dejándome mas patente su excitación. Verle así e introduciéndola tanto por adentro de mi garganta consiguió que alcanzara un orgasmo en aquel instante. Luego agarrándome de ambos lados de la mi cabeza comenzó a moverse sin parar y cada vez más adentro de mi boca. Creí que me ahogaba pero mis manos acabaron masajeando mi clítoris. Posteriormente me agarró y apoyada en el asiento sobre mi pecho , me penetro. Salvajemente las piernas me flaqueaban y no tardamos en culminar al mismo tiempo.

Días mas tarde, volvía a casa después de una mañana ajetreada. Nathalie, me recibió con un dulce beso y alejándose de mi, me dijo, que habían traído un paquete enorme a mi nombre con una nota y que estaba en el salón. Efectivamente era enorme y cubierto con el clásico papel marrón de embalar y rodeado de laminas de plástico de burbujas para evitar roturas.

Tomé unas tijeras, y comencé a desempaquetar. Me quedé muda y sorprendida al ver mi retrato ante mis ojos. Pregunté a Nathalie. Dónde estaba la nota, que con los nervios no era capaz de encontrar. La busqué y la abrí.

Lo prometido es deuda. Me vuelves a resultar bastante cara, preciosa,
pero tú lo mereces. Disfrútalo”
ETIENNE.-




domingo, 8 de septiembre de 2013

La playa (12)



En plena naturaleza a unos 20 km al sur de Marsella, rodeados entre pinos y rocas. Se extendía una pequeña cala frecuentada por algunos turistas y gente de la zona. Allí Nathalie y yo desnudábamos nuestros cuerpos al sol de la costa Azul en aquellos días de largo de verano.

Aquel lugar que pocos conocían, configuraba un paraje paradisíaco para la practica del nudismo. Acceder a ella no resultaba tarea fácil. Había que dejar el coche a medio kilómetro del lugar y adentrase a pie por entre matorrales y alguna pendiente. Luego, una vez superado este transito escabroso ascendías una pequeña loma donde te encontrabas con una vista espectacular. Posteriormente tras descender por unas escalerillas de troncos en hilera (elaboradas por lugareños, hippies y algún que otro osado) dabas con la playa en cuestión.

No era la primera vez que habíamos visitado aquel lugar donde campistas y amantes de la naturaleza se bañaban en el gran azul sin mas bañador que sus propias pieles. Sin más pudor que el ansia de nadar en libertad y dejarse mimar por la brisa del mediterráneo.

La playa en sí configuraba una especie herradura de pared vertical y rocosa que nos protegían de las miradas indiscretas de mirones no deseados. Los vértices de esa imaginaria herradura formaban un rompeolas natural que proporcionaba una apacible calma al agua.

El sol, en pleno cenit castigaba sin piedad. La fina arena blanca quemaba los pies de cuantos se atrevían a pisarla. Nathalie y yo nos encontrábamos protegidas por unos salientes rocosos que proporcionaban una minúscula sombra que para nuestra pequeña nevera venía de fábula.

Nuestras esterillas descansaban a escasos centímetros de la orilla de mar y nosotras sobre ellas soportábamos estoicamente el enorme calor que azotaba nuestros cuerpos desnudos. Sudorosas; como estábamos, decidimos darnos un baño.

Nos cogimos de la mano y nuestro cabellos eran mecidos por la gratificante brisa de poniente. Nuestras sombras, representaban un pequeño punto bajo nuestros pies, al sol del mediodía. Nos mirábamos y nos reíamos al tiempo que acelerábamos en una breve carrera para evitar el quemazón de la arena. El contacto con el agua representó un gran alivio que nos invitó a sumergirnos en el mar.

Desde el agua, la vista de la playa era espectacular con aquel fondo de roca. Nadábamos juntas, cruzándonos y abrazándonos. De vez en cuando nos fundíamos en besos sin caducidad de espera. Largos y húmedos o cortos y tímidos. Era nuestro día y lo disfrutábamos juntas. A Nathalie le gustaba ponerse detrás de mi pasando sus brazos por debajo de mis axilas sosteniendo así mis hombros. Me impulsaba y yo me dejaba llevar con mis vista anclada en el azul impoluto del cielo. Sus pechos se achuchaban contra mi. Mientras los míos asomaban tímidos sobre la superficie del agua dejando ver mis pezones endurecidos y verticales sobre el horizontal del mar.

- Tiburón...tiburón-. Bromeó entre una sonora carcajada, mientras a sus palabras la acompañaba con el tarareo de la la música de la famosa película.

A lo que yo, con medía cara aún sumergida en el agua. No pude por más que reírme avergonzada y airada, provocando una serie de burbujas que desde mi boca se precipitaron a la superficie.

En un impuso me libere de sus brazos y dando media vuelta me situé de cara a ella.

-Je te déstete Nathalie!!... -. Respondí, mirándola a los ojos y riéndonos ambas. En eso que intente una “aguadilla” infructuosa que acabó con mis piernas enredadas en su cintura y nuestras bocas uniéndose cómplices. Hundimos nuestras cabezas por debajo del agua sin dejar de besarnos. No sé cuanto tiempo estuvimos así sumergidas pero fue el suficiente como para no ahogarnos y salir veloces para obtener oxígeno.

Entre juegos y risas pasábamos la tarde hasta que el ruido de unos motores perturbaron nuestro baño.

-¡No tenía ni la menor idea de que hubieran sirenas en las aguas de Marsella!-. Dijo medio gritando un chico rubio con marcado deje germánico desde su moto de agua

-Ya te dije Marcus, que teníamos que venir a Francia.- Contestó su otro amigo desde la suya.

-¡Eh, chicas!... ¿Os gustaría un paseo?.

-¿Con vosotros?. Ni locas-. Sentencié.

-¡Vamos, será divertido!-. Dijo el otro chico. -¿O es que a las chicas francesas no os van las emociones fuertes?

-Lo que no nos va; es que os coléis con vuestras motos en las playas nudistas como simples mirones-. Dijo Nathalie descarada y con la mitad de su torso visible sobre el agua.

-Mi nombre es Marcus y mi amigo Egbert-. Dijo con una bonita sonrisa.- Y en cuanto a lo que dices; si ese es el problema...-. Miro a su amigo con gesto de complicidad cuando ambos sobre sus motos con agilidad se deshicieron de sus bañadores. Lucían unos cuerpos atléticos y bien definidos. Debían de rondar los 25 o 26 años. Egbert de cabellos rubios y largos mientras que su amigo portaba un corte rapado a lo militar.

-Bien, chicas ya estamos en igualdad de condiciones. ¿Qué decís ahora?... Que no se diga de la hospitalidad francesa.

Miré a Nathalie y le dije riendo.- ¿Por qué no?. Vamos a divertirnos.

Tomé sin pudor la mano de Marcus que me elevó con sus musculados brazos como si fuese de papel. Su espalda estaba caliente mientras mis pechos húmedos se apretaban tímidamente a él. Nathalie hizo lo propio con Egbert. Los dos chicos llevados por entusiasmo gritaron y aceleraron las motos que alcanzaron en breve espacio de tiempo una gran velocidad. El agua saltaba a nuestro alrededor mojándonos. El aire arremetía con fuerza sobre nuestras caras. Deliberadamente- pienso- tomaban las olas par saltarlas. Con cada salto nuestros cuerpos quedaban mas apretados y juntos. Mis manos rodeaban con fuerza el torso de Marcus. De vez en cuando observaba a Nathalie quien lo pasaba en grande.

Estuvimos largo tiempo dando vueltas jugando con el mar. Finalmente regresamos a la playa y los chicos continuaron con nosotras. Poco a poco íbamos intimando mas. Eran recién licenciados que se habían tomado un año sabático en Francia. Después del verano regresarían a Colonia; de donde eran.

La tarde iba pasando entre conversaciones y chapuzones. Entre risas y miradas.

El sol comenzaba a descender mientras la playa cada vez se iba quedando mas desierta de bañistas. Nosotros seguíamos allí sin ver el momento de irnos hasta quedarnos prácticamente solos. Marcus me comentaba de sus viajes ya que había realizado muchos en plan “mochilero” por gran parte de Europa. Nathalie hablaba animosamente con Egbert.

Tomé el ultimo refresco de la nevera y lo compartí con Marcus. En un momento dado miré hacia Nathalie a la que sorprendí besando a su nuevo amigo. Marcus y yo nos miramos y reímos. Cuando de repente y casi sin esperarlo, aquel alemán de pelo a lo militar, me besó apasionadamente. El dulce sabor de la “coca cola” en sus labios me dejó sin respiración.

Un enorme deseo envolvió mi cuerpo desnudo. Marcus se vino hacia mi rodeándome con sus brazos. Su boca no paraba de usar a la mia a su antojo. Mis labios eran presa fácil al conjunto de los suyos. Nuestras lenguas entraban y salían chocándose; deslizándose ambas en un baile erótico y sin fin. Sus manos apresaron mi cara para hundirse en mi pelo. Sus muslos se colaban entre los míos rozando mi sexo expectante a el calor de su anatomía. Paramos en suspnso, mirándonos fijamente a los ojos sin decirnos nada. Hablando con la mirada hipnótica en nuestras pupilas. Nuestras bocas, a escasos centímetros se atraían como por un extraño magnetismo desafiante. Fueron un par de segundos y no mas lo que tardamos en volver a fundirnos el uno contra el otro.

De soslayo veía como Nathalie le practicaba una felación a aquel chico alto y rubio de complexión fuerte que le acariciaba el pelo. Debió de sentir mi mirada sobre ella porque dirigió la suya hacia mi. Nuestros ojos se encontraron fijos e inmóviles. Mi excitación alcanzó un grado superlativo sosteniendo la mirada de mi amiga y observándola como disfrutaba de aquel miembro endurecido entrando y saliendo de su boca.

Marcus, entre tanto, con mis muslos dispuestos a ambos lados de su cabeza ejercitaba su lengua inquieta y con vivaz ímpetu. Mis manos tomaban mis pechos acariciándolos y apretándolos. Mis parpados se cerraron apretándose con fuerza dejándome aislada en mi propio placer y cautiva de mis sentidos. Unos labios cercaron los míos y la humedad de una lengua penetro en mi boca. Reconocería esos labios entre mil; Nathalie.

Miré sorprendida entregándome lascivamente al beso mi amiga. Egbert la montaba a cuatro patas y ella loca de deseo buscaba mi cuerpo. De repente sentí el miembro de Marcus abriéndose paso dentro de mi. Me quemaba la entrañas. Arqueé mi cuerpo para acomodarlo bien. Sus caderas se movía a un ritmo rápido que se ralentizaba para aumentar proporcionándome varios micro orgasmos que me volvían loca.

No dí crédito a mis ojos, cuan los labios de Nathalie se separaron de los míos para meter en su boca ardiente, los dedos que Marcus le profería. Los chupaba como si de su pene se tratase y este mientras me penetraba configuraba una cara difícil de describir. Sacando los dedos de su boca buscó su pelo rubio y sedoso agarrándolo con fuerza. La atrajo hacia él y la besó. Luego coloco su cara sobre mi vientre para que viera bien de cerca como me penetraba. Sacó su miembro y lo aproximó a su boca. Nathalie, sin dudarlo se la chupo para posteriormente agarrársela con su mano e introducirla nuevamente en mi sexo.

No sé cuantas veces había alcanzado el punto más álgido que se pueda llegar, pero aún deseaba más. Marcus, me llevo hacia él y dándome la vuelta me colocó a cuatro patas y cómo un “animal en celo” deseé sentirle dentro otra vez. No tardó en satisfacer mis deseos. Me penetró con ansia. Egbert hizo la mismo con mi amiga disponiéndola paralela a mi. Ambas rozándonos los brazos y los hombros de cara la pared rocosa con nuestras rodillas clavadas en la arena.

Nuestras bocas de fundieron nuevamente mientras eramos penetradas por aquellos chicos germanos. Los jadeos de los cuatros retumbaban en un eco místico y envolvente. Marcus paró de repente. Pensé, que para correrse, tal vez...., pero no. Al momento, volvió a penetrarme pero se movía diferente. Volví la cara hacía él, y pude ver como se trataba de Egbert quien me embestía
ahora mientras Marcus poseía a Nathalie.

Estábamos sin control, perdiendo los papeles. Entregadas a las perversiones de alguna fantasía antes sólo soñadas. Nathalie y yo nos tomamos de las manos enterradas ahora en la fría arena. El orgasmo fue espectacular bajo las estrellas y la brisa del mar. Así, como la sensación de el calor de su fluidos sobre nuestros cuerpos desnudos.





sábado, 27 de julio de 2013

Cinema Paradis (11)

La semana había sido un ir y venir sin tregua alguna. Me esperaba el primer fin de semana libre después de meses enlazando un trabajo con otro. La noche sería mía, así que, decidí irme a uno de mis restaurantes japoneses favoritos de la ciudad y después lo que se me antojase.
Hacía bastante calor por lo que me decante por un vestido de corte clásico entallado y muy femenino a juego con el último par de zapatos que me había regalado Nathalie por mi cumpleaños.


Me miré al espejo antes de salir, me gustaba lo que se reflejaba, tanto que no dudé en dibujar un poco más mis labios de Russian Red.


Al salir llamé un taxi para que me acercase al Restaurante en el que había hecho la reserva y en escasos minutos me encontraba sentada en el decidiendo entre la múltitud de platos que tanto me gustaban.


Si algo no podía negar era que me gustaba tanto el shushi como jugar. Cogía con destreza los palillos para degustar aquellos rollos perfectamente formados. La mirada se fue al frente y se topó con los ojos de alguien que no perdía detalle de cuanto hacía. De forma divertida y pícara empecé a acercar cada bocado con los palillos en un gesto tan sensual que aquel hombre no podía dejar de mirarme. Me resultaba tan divertido como excitante y más teniendo en cuenta que frente a él tenía a una mujer morena  enfundada en un vestido plateado.


El mundo es un pañuelo y frente a mí , tenía sentado a Etienne.


Se mostraba inquieto en la silla atento a cualquiera de mis movimientos. Sutilmente con gestos y miradas nos introdujimos en un baile que duró toda la cena.


Quizá en otro momento no habría dudado en acercarme a los baños y hacerle un gesto invitatorio, sin embargo, me apetecía disfrutar del resto de la noche y no había mejor modo que continuar lo que ya estaba empezado


Cuando finalmente pagué la cuenta, me levanté y caminé hacía la puerta pasando por la mesa donde se encontraban sentados. Devolví la sonrisa aquella mujer que le acompañaba y él, al pasar hizo un movimiento en la silla  con el cual hizo que se le cayese la servilleta a modo de excusa.


Me agaché en gesto coqueto para devolvérsela, nuestras caras se aproximaron y puede sentir su aliento. Se la entregué y su mirada ardiente le delató.


-Merci Mademoiselle


-De rien, Monsieur et bon profit !


Salí despacio perdiéndome entre los biombos de la entrada. Me mordía los labios divertida por la escena. La noche acababa de empezar.


Llamé a un taxi para dirigirme a unos cines cercanos. Hacía mucho que no podía disfrutar de una película en la gran pantalla y era un buen plan.


En el trayecto a destino escuché un aviso de WhatsApp. Me había olvidado de apagar ese cacharro. Lo que menos quería era un aviso de mi jefe aguándome la  primera noche libre.
Bajé la pestañita y sorpresa!.


Etienne : Necesito verte, Juliette


Juliette : Bonsoir, me alegro de que nos hayamos vuelto a encontrar.


Etienne: Dime donde estás e iré a buscarte en cuanto acabe la cena.


Juliette : Tengo planes esta noche y tú parece que también.


Etienne : En 20 mn salgo y quiero saber donde encontrarte.


Juliette : Jajaja, veo que no te das por vencido


Etienne : Nunca


Juliette : 4 Rues des Escaliers Sainte- Anne. En las últimas filas del cine. Disfrute de la cena, Monsieur


Ettienne : Hasta ahora.


Pagué la carrera al taxista y fuí a sacar la entrada para la sesión que ya casi estaba empezada.
Me dirigí hasta la parte final del mismo con cuidado de no tropezar y pensando divertida si me encontraría.


Me acomodé en la butaca y dejé el bolso en la de al lado. Lo cierto es que había más público del que pensé. El vestido abotonado de arriba abajo se abría caprichoso más de lo que me hubiese gustado y no tenía con que cubrirme si guardaba el asiento de al lado. Bueno, al fin y al acabo estaba a oscuras.


Lo vi aparecer enseguida, miraba de un lado a otro mientras buscaba algún mensaje en su móvil que no llegaba. Finalmente nos miramos y se apresuró a acomodarse a mi lado.


- Bonsoir Juliette.


- Bonsoir. Llegas tarde. No te enterarás de que va la película- respondí divertida.


Me devolvió la sonrisa prestando atención a la parte de mis muslos que había quedado descubierta.


Acariciaba mis piernas suavemente fijando la vista en la pantalla, pequeños círculos con su dedo índice que me ponían el vello de punta. Era irresistiblemente tentador. Aparente inmune a lo que hacía. Me cogió la mano y me la puso en su entrepierna notando una inminente erección que acabó de acalorarme aún más. Seguía acariciándome sin más, entregado a cada roce de la yema de sus dedos y yo no podía más. Quería avalanzarme sobre él, algo impropio en mi. Esperaba que él lo hiciese pero tampoco . No lograba entenderlo.


Faltaban escasos minutos para finalizar la película y me separó las piernas con cuidado. Buscó mi sexo entre la ropa interior de encaje negro y cuando alcazó a tocarlo resopló. Resopló muy profundo y hundió sus dedos en él. Aún mi mano en su entrepierna noté como aquello aumentaba provocado por lo que acababa de encontrarse.


Sacó su mano rápidamente para mi asombro y me recolocó el vestido.


- ¡Vámonos!.


- No!, aún no a terminado...


- Vámonos y no te quiero escuchar más.


Sus palabras me cogieron por sorpresa y ni tan siquiera a día de hoy como no respondí. Su mezcla explosiva de caballero con ese semblante serio definitivamente me imponían.
Me llevó cogida de la mano hasta la salida del cine y en una de las bocacalles presuroso me empujó contra una pared llevado por un impetuoso deseo. Me cogió por los muslos y subió el vestido cogiendo fuertemente mis nalgas mientras nuestras bocas luchaban en una batalla campal. Jadeos, mordiéndome sin dejarme apenas respirar creí iba a perder la consciencia un instante.


Se separo y se puso pegado a mis espalda haciéndome notar su sexo en mi trasero  y dirigiéndome a donde imaginé debía estar su coche.


- Sube.


- Será si quiero.


- ¡Sube!.


- No...


-Te he dicho que subas. Hazme caso o será peor.


- Jajajaja, Estoy acostumbrada a hacer lo que quiero y cuando quiero.


- Eso sería antes de conocerme a mí, Mademoiselle. Sube al coche.


- Está bien.


No sabía a qué estaba jugando ni lo que pretendía pero aquello de algún modo me gustaba.
Subí y se dedicó a la conducción durante un largo rato sin dirigirme la palabra. No tenía ni idea de hacía donde me llevaba. Me distraía tratando de averiguar qué estaría pensando y con la emisora de música que sonaba en ese instante


Posó su mano en mis muslos de nuevo, aunque está vez me había tapado con el bolso.
Por fin volví a escuchar su voz.


- ¿Te habrá resultado divertida la cena, verdad?.


- ¿A mí?, claro pero creo que la tuya lo fue más.


- No has parado de provocarme en ningún momento.


- No me digas que ahora soy culpable por mordisquear un trozo de shushi- dije sonriendo
Me cogió del pelo en un solo movimiento  y llevó  mi cara justo  a su entrepierna. Podía notar el calor que despedía.


- ¿Notas lo que pasa?.


- Sí.


- Lo mismo que me sucede una y otra vez cada vez que te recuerdo.


- No me diga que por eso me van a castigar en la hoguera-. Dije entre risas.


- Mademoiselle, no me gusta que me contradigan.


- Ni a mí que es lo que tengo o no tengo que hacer.


Me acercó aún más a él quedando estiraba bocabajo en mi asiento. Mientras me acomodaba sentí como me subía el vestido dejando la ropa interior a descubierto. Me acariciaba suavemente las nalgas.


- No te han enseñado aquello que a las personas mayores que uno se les debe obedecer?.


- Venga ya!qué es, dos o tres años mayor que yo ?.


Dejó de acariciarme en seco y dejé de reir cuando sentí una picazón en la nalga derecha fruto del impacto de su mano contra ella.


- ¿Qué estás haciendo?. Para ahora mismo el coche.


- ¿Disculpa?...


- Sí, que qué demonios estás haciendo y que quiero bajarme del coche.
Pasó su mano entre mis piernas buscando mi sexo antes de contestar.
Sonrío satisfactoriamente.


- Te estoy enseñando quien manda aquí.


- No lo dirás en serio, dije indignada. Haz el favor de parar que yo me voy.


- No es eso lo que dice la humedad de tu sexo.-. Le miré furiosa a la vez que incrédula y tal vez un poco ruborizada.


Me besó, suavemente  antes de propinarme otro fuerte azote que me sobrecogió. Le miré con tanta rabia …


Volvió a sonreir.- Parece  que a  Mademoiselle hay que domarla- dijo divertido.


Mi cara debía ser un poema ,boquiabierta.-¡ A mí no me doma ni mi padre!-. Espeté
- Ya lo veremos pequeña fierecilla- dijo mientras me acariciaba el cabello.


Le dedique una mirada retándole.


- ¿ Quieres que pare y te vas?.


- No.


- ¿Estás segura?.


- Si.


Entonces debes saber que este es mi coche, que las reglas las pongo yo y que cuanto hay en él me pertenece incluida tú.


No daba crédito a lo que estaba escuchando pero tampoco quería perdermelo. Se había vuelto loco o jugaba a algo desconocido para mí.


Sácate la ropa interior y guárdala en el bolsillo de mi pantalón. Separa las piernas lo suficiente para que pueda tocarte sin tener que moverme del asiento.



- Pero...
- Sin reschistar. No quiero escuchar una sola palabra. Házlo!-. ¿Me estaba ordenando callar?. Este hombre no sabía con quien se había topado..


- Me parece que no me has entendido. Que no me baje aquí en mitad de un descampado no significa nada más.


- Ni una palabra. Quítate la ropa interior como te he dicho y separa las piernas. Ahora!.


- No..


- ¡Obedece!...